Homilía del Arzobispo en el Domingo de Ramos

Publicado por Comunicación Pastoral de la Diócesis El 31 marzo 2015 0 comentarios
 “Vivamos la Semana Santa como discípulos y no como meros espectadores. Acojamos la misericordia divina en el sacramento de la Reconciliación”
Foto: R. Escuredo - El Correo Gallego
La solemnidad de la entrada de Jesús en Jerusalén nos hace aclamar la sencillez de lo verdadero y de lo auténtico en la vida. No podemos entrar en la verdad de la vida sino por la puerta de lo sencillo y lo humilde. En esta celebración también nosotros entramos con Jesús en Jerusalén. Allí fue vitoreado como Aquel que viene en nombre del Señor (Mc 11,10). Lo aclamaron los niños con su espontaneidad y limpieza de corazón. Lo aclamó la gente necesitaba de la salvación. Hubo palmas de triunfo y ramos de olivo significando la paz. Acompañar a Cristo siempre hace brotar la alegría.  Con él no podemos ser personas tristes ni dejarnos vencer por el desánimo, incluso en los momentos difíciles cuando los problemas nos parecen insuperables. Nuestra alegría no viene de las cosas que tengamos sino de acompañar a Jesús y sentirnos acompañados por Él.

Vemos a Cristo solidario con los hermanos, humilde para escuchar a Dios Padre, obediente para cumplir su voluntad, confiado ante las penalidades, humillado y exaltado. Fue la gente sencilla y humilde la que percibió en Él al Salvador que va a subir al Calvario para sufrir una muerte de cruz. En la cruz Jesús “toma sobre sí el mal, la suciedad, el pecado del mundo, el de todos nosotros, y lo lava con su sangre, con la misericordia, con el amor de Dios”. Contemplamos en Jesús al  hombre herido por el mal que se manifiesta en las guerras, las violencias, la corrupción, el amor al dinero, el poder, los crímenes contra la vida humana y contra la creación.

"Sigamos al Señor". Ser cristianos significa andar el camino de Cristo. Es verdad que podemos escoger un camino cómodo, evitando toda fatiga, bajando hasta lo vulgar y hundiéndonos en la mentira y la deshonestidad, la violencia y el egoísmo. Pero Jesús nos guía hacia lo que es grande, puro y verdadero; hacia la valentía que no se deja intimidar por las opiniones dominantes; hacia la paciencia que se hace cargo del que necesita de nosotros; hacia la disponibilidad a prestar ayuda a los que sufren; hacia la bondad que no se deja desarmar ni siquiera por la ingratitud. Jesús nos lleva hacia Dios.

La pasión de Cristo, página viva en nuestro presente, nos ayudará a reconocer a la humanidad probada en medio de tanto sinsentido.  El Hijo de Dios sigue sufriendo cuando no acompañamos al que sufre, cuando acusamos injustamente a los que denuncian nuestra pasividad y conformismo, cuando no defendemos la causa de la justicia por miedo a las consecuencias que pueda traernos, cuando nos inhibimos ante la defensa de la verdad, cuando miramos a otro lado distinto de donde están los descartados de nuestra sociedad, cuando nos confiamos a nuestra autosuficiencia. A veces, nos es cómodo decir: “¡No conozco a ese Jesús de quien habláis!”, o venderle por algo insignificante.

Vivamos la Semana Santa como discípulos y no como meros espectadores. Acojamos la misericordia divina en el sacramento de la Reconciliación. “Dios no se cansa de perdonarnos. No nos cansemos nosotros de pedir perdón a Dios”. Abramos la puerta de nuestro corazón al Señor para que él pueda entrar en nosotros y en nuestro tiempo y cambiar nuestra vida y la sociedad. Amén.
+ Julián Barrio Barrio


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