Homilía de Monseñor Barrio en la Eucaristía del V Centenario del Nacimiento de Santa Teresa de Jesús (galería fotográfica)

Publicado por Comunicación Pastoral de la Diócesis El 31 marzo 2015 0 comentarios
“Creyó en Dios y Cristo, camino seguro para ir al Padre. Las cosas de Dios más que entenderlas, hay que padecerlas”

Al celebrar hoy el V centenario del nacimiento de Santa Teresa de Ávila, decimos con el canto de la Virgen María: “Proclama mi alma la grandeza del Señor, se alegra mi espíritu en Dios mi Salvador”. Día de bendición para la Santa, para Orden carmelitana y para la Iglesia. El Señor le concedió 67 años de vida en los que la fue llevando por caminos inesperados tanto en su salud física, a punto estuvo de ser enterrada viva, como en su salud espiritual para forjar una eternidad en el cielo. 

Dios escribe recto con líneas torcidas. Esto se percibe en la memoria de su vida: Gestas de los Santos y libros de caballerías ocuparon su atención en un primer momento, pero serán las Cartas de San Jerónimo a Heliodoro y la lectura de las Confesiones de San Agustín, ayudada por experiencias místicas, lo que marcará una determinación determinada en su vida: dedicarse más de lleno a la oración y proyectar la fundación del monasterio de San José y las demás fundaciones a las que imprimió un carácter renovador, no sin ganarse calificativos como “fémina inquieta, andariega, desobediente”, aunque en realidad fue “la dama errante de Dios”, mujer obediente y absolutamente adherente a la cultura de la Contrarreforma. 

Las fundaciones eran sólo la vertiente exterior del alma y vida de Teresa. El resorte impulsor y la fuerza motriz residían en lo interior, en el castillo de su alma, guiada por el Espíritu que lo sondea todo, incluso lo profundo de Dios. No le faltaron sinsabores y dificultades pero Dios se le comunicó sin tasa. No perdió nunca la calma: “Nada te turbe, nada te espante… Sólo Dios basta”. Creyó en Dios y Cristo, camino seguro para ir al Padre. Las cosas de Dios más que entenderlas, hay que padecerlas. También ella se preguntará ante el misterio de Dios: “¿Cómo podré yo saber  cierto que no estoy apartada de Vos?”. No obstante, ella pudo realizar su itinerario místico definiendo su vida con total obediencia a la voluntad del Señor hasta el punto que puede decir:”Vuestra soy, para vos nací, ¿qué mandáis hacer de mi?”, y reafirmando esta actitud cuando decía: “No me castigues concediéndome mi deseo”. La Santa escuchó en la oración: “Búscame en ti”, “Búscate en mí”. Dentro del realismo místico se comprende el porqué ella amoneste contra los riesgos de los carismas que no han de pedirse ni desearse, porque “en lo que está la suma perfección, claro está que no es en regalos interiores ni en grandes arrobamientos ni visiones en espíritu de profecía, sino en estar nuestra voluntad tan conforme con la de Dios que ninguna cosa entendamos que quiere, que no la queramos con total nuestra voluntad”.

El Señor suscitó a Santa Teresa para mostrar a su Iglesia el camino de perfección. “Y qué temprano andávades vos, Señor, grangeando y llamando para que toda me emplease en Vos”. “No me parece que os quedó a Vos nada por hacer para que desde esta edad no fuera toda vuestra”. Su ardiente deseo de santidad le hacía sufrir como si fueran un mal personal las tempestades que agitaban fuertemente a la Iglesia de su tiempo, pronta a sacrificar mil vidas si las tuviera, así decía ella, con tal de salvar una sola alma perdida a causa de las herejías. 

 Santa Teresa es un grato don ofrecido al Señor que le dirá: “Haz lo que es en ti, y déjame tú a mí”. Una opción que a la Santa le costó hacerla pero tenía un recio corazón. Convenció a su padre que no quería que ella entrara en el Carmelo y confiesa que le resultaba difícil que el dolor que experimentaría ante la muerte fuera mayor que el sufrido al dejar la casa paterna, “porque me parece que cada hueso se me apartaba por sí”. Sólo una mujer fuerte como ella puede decir: “Señor, o morir o padecer”, sabiendo que lo que más despertare a amar, eso hay que hacer pues “no está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho”. 

Su inquietud fue “cantar eternamente las misericordias del Señor”. La contemplación de la humanidad de Cristo fue una línea maestra de su vida de oración: “Muy muchas veces lo he visto por experiencia, hámelo dicho el Señor. He visto claro que por esta puerta hemos de entrar, si queremos nos muestre la soberana majestad  grandes secretos. Así que no queramos otro camino, aunque estemos en la cumbre de contemplación”. 

La figura de esta mística de humanidad exuberante nos habla de la dedicación radical a Dios: “Quien a Dios tiene, nada le falta, sólo Dios basta”. Cuando el hombre se aleja de Dios, descubre su propia miseria. Así la distracción hace al hombre perderse en balde; las riquezas y las honras y el placer hacen de los hombres esclavos. El hombre se encuentra perdido y necesita buscarse. Alejado de Dios se aleja de su propia realidad. El clima cultural, las presiones sociales, los prejuicios teóricos, de tal forma dominan las conciencias que aunque la conciencia de alienación, de pérdida de sentido, de hastío o de nostalgia sea evidente, falta con frecuencia la luz indispensable para que esas situaciones se conviertan en llamada para la búsqueda, sabiendo que “todo es una noche en una mala posada”. No vamos a apagar las quinientas velas. Queremos que sigan iluminando a través de sus hijos e hijas del Carmelo. No le decimos a santa Teresa de Jesús: ¡muchas felicidades!, ella ya goza de Dios y por tanto de la felicidad plena. A sus Hijas del Carmelo sí les decimos: ¡muchas felicidades! Que el Señor nos conceda como a ella poder decir al final de nuestros días: “Hora es ya, Esposo mío, que nos veamos”, “Te doy gracias, Señor, porque muero hija de la Iglesia”. Aventuremos nuestra vida, “pues no hay quien mejor la guarde que el que la tiene perdida”. Amén.
+ Julián Barrio Barrio
Arzobispo de Santiago de Compostela


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