
La Misa Crismal es una ceremonia litúrgica en la que se consagran el Santo Crisma y los Santos Óleos. Con el Santo Crisma consagrado por el Obispo en esta Eucaristía se ungen los recién bautizados, se hace la unción a los que se confirman y se ungen las manos de los presbíteros en su ordenación sacerdotal, la cabeza de los Obispos en su ordenación episcopal y las iglesias y los altares en su dedicación. Por su parte, con el Óleo de los catecúmenos, éstos se preparan y disponen al Bautismo, mientras que con el Óleo de los enfermos, éstos reciben el alivio en su debilidad. La palabra crisma proviene de latín “chrisma”, que significa unción. En la ceremonia litúrgica, además de la consagración de los Santos Óleos y el Crisma, también tiene lugar la renovación de las promesas sacerdotales.
En su homilía, además, monseñor Barrio recordó a los sacerdotes que “desde el día de nuestra ordenación sacerdotal estas palabras nos motivan a vigilar para que nuestros gestos sagrados no se vacíen de presencia espiritual convirtiéndose en mecánicos, para que nuestro ministerio no pierda el fermento sobrenatural, abajándose al nivel de un oficio”.
Monseñor Barrio explicó, también que “para ser creativos non hai outro camiño que a oración, di o Papa. “Un bispo que non reza, un sacerdote que non reza, pechou a porta da creatividade que ás veces leva á cruz, pero cando vén da oración, dá froito”. O home de Deus non se asusta. Máis alá dos ríos de palabras disonantes, moitas persoas santas rezan por nós, “para que non se apague o entusiasmo nin o lume do amor divino e nos entreguemos de todo a Cristo e á súa Igrexa, de xeito que sexamos para os demais compás, bálsamo, acicate e consolo” e poidamos ofrecer a forza liberadora de Cristo”.
Texto de la homilía
“Gracia y paz a vosotros de parte de Jesucristo, el Testigo fiel”. La liturgia de la Misa crismal, llena de promesas y de bendiciones, celebra la gracia de la comunión que se fundamenta en la verdad y se desarrolla en la caridad.
“Hoy se cumple esta escritura que acabáis de oír”. Con este convencimiento nos acercamos al altar, queridos sacerdotes, como "servidores de Cristo y administradores de los misterios de Dios" (1Cor 4, 1), siempre dispuestos a acompañar a los afligidos, anunciando el año de gracia del Señor. Esta es la misión de Cristo que despierta la esperanza de los pobres, y suscita la alegría de la gente sencilla que abre su corazón a la gracia, sintiendo la necesidad de la salvación. El sacerdote responde a estas exigencias, haciéndose voz de quien no tiene voz: los pequeños, los pobres, los ancianos, los oprimidos, marginados.
“Considera lo que realizas e imita lo que conmemoras y conforma tu vida con el misterio de la cruz del Señor”. Desde el día de nuestra ordenación sacerdotal estas palabras nos motivan a vigilar para que nuestros gestos sagrados no se vacíen de presencia espiritual convirtiéndose en mecánicos, para que nuestro ministerio no pierda el fermento sobrenatural abajándose al nivel de un oficio, para que nuestra vida sea coherente y responsable evitando transformarse en un personaje de pura comedia. Este mensaje resuena especialmente en la Misa Crismal y en los misterios que celebramos, conscientes de que Obispo y sacerdotes hemos de vivir la misma exigencia de santidad, unidos en Cristo, sumo y eterno sacerdote. Vuestra suerte y la mía están unidas en un solo destino, sabiendo que nuestro ministerio será eficaz, creíble y fecundo si somos auténticos y solícitos servidores de los demás por Cristo, tal como Él nos lo mandó (Cf. Mc 9,35). El sacerdocio es un “don precioso e inmerecido y que nos supera; lo cual implica vivir en continua gratitud por el don recibido”.
Obispo y sacerdotes somos a la vez consagrantes. La fuerza de consagración que emana del Obispo, simbolizada por el crisma y los oleos santos, se propaga desde la catedral por todas las parroquias de la diócesis. Vuestras manos han recibido la consagración de las manos del Obispo. Por él sois consagrantes y con él sois santificadores. Renováis en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, presidís al pueblo santo en la caridad, le ofrecéis la luz de la palabra de Dios y lo fortalecéis con los sacramentos, dando testimonio constante de fidelidad y amor.
Obispo y sacerdotes somos a la vez consagrados. En el crisma se ve reflejada la victoria sobre la corrupción del pecado original, figurándose en el perfume del bálsamo el buen olor de una vida sin tacha y amable de quien es consagrado al Señor y es constituido partícipe de la dignidad mesiánica de profeta, sacerdote y rey. Conozco cuanto está radicada en cada uno de vosotros la alegría que brota de la común consagración sacerdotal con todas las exigencias. Esta alegría que no es la que da el mundo, puede ir unida al sufrimiento pero el Señor nos da la capacidad de sufrir y de permanecer interiormente gozosos. Compartimos las angustias anhelando la gloria que nos espera. Sentirnos responsables los unos de los otros es sabernos corresponsables de la gracia y misión que nos han sido dadas.
Ao elixir homes como os Doce, Cristo sabía que na debilidade humana, poñía o selo sacramental da súa presenza “e así esa forza tan extraordinaria aparece como forza de Deus, e non nosa” (2Cor 4,7). A graza recibida polo sacramento é “unha superabundancia de misericordia”. Cristo que nos chama a actuar no seu nome, coñecendo as nosas debilidades, pídenos estar sempre próximos aos demais, non nos deixar levar polas faladurías que esterilizan a nosa espiritualidade, e non afastar a xente de nós, sendo persoas creativas que contemplan a Deus e serven a comunidade eclesial. Para ser creativos non hai outro camiño que a oración, di o Papa. “Un bispo que non reza, un sacerdote que non reza, pechou a porta da creatividade que ás veces leva á cruz, pero cando vén da oración, dá froito”. O home de Deus non se asusta. Máis alá dos ríos de palabras disonantes, moitas persoas santas rezan por nós, “para que non se apague o entusiasmo nin o lume do amor divino e nos entreguemos de todo a Cristo e á súa Igrexa, de xeito que sexamos para os demais compás, bálsamo, acicate e consolo” e poidamos ofrecer a forza liberadora de Cristo.
Obispo y sacerdotes somos a la vez consagrantes. La fuerza de consagración que emana del Obispo, simbolizada por el crisma y los oleos santos, se propaga desde la catedral por todas las parroquias de la diócesis. Vuestras manos han recibido la consagración de las manos del Obispo. Por él sois consagrantes y con él sois santificadores. Renováis en nombre de Cristo el sacrificio de la redención, presidís al pueblo santo en la caridad, le ofrecéis la luz de la palabra de Dios y lo fortalecéis con los sacramentos, dando testimonio constante de fidelidad y amor.
Obispo y sacerdotes somos a la vez consagrados. En el crisma se ve reflejada la victoria sobre la corrupción del pecado original, figurándose en el perfume del bálsamo el buen olor de una vida sin tacha y amable de quien es consagrado al Señor y es constituido partícipe de la dignidad mesiánica de profeta, sacerdote y rey. Conozco cuanto está radicada en cada uno de vosotros la alegría que brota de la común consagración sacerdotal con todas las exigencias. Esta alegría que no es la que da el mundo, puede ir unida al sufrimiento pero el Señor nos da la capacidad de sufrir y de permanecer interiormente gozosos. Compartimos las angustias anhelando la gloria que nos espera. Sentirnos responsables los unos de los otros es sabernos corresponsables de la gracia y misión que nos han sido dadas.
Ao elixir homes como os Doce, Cristo sabía que na debilidade humana, poñía o selo sacramental da súa presenza “e así esa forza tan extraordinaria aparece como forza de Deus, e non nosa” (2Cor 4,7). A graza recibida polo sacramento é “unha superabundancia de misericordia”. Cristo que nos chama a actuar no seu nome, coñecendo as nosas debilidades, pídenos estar sempre próximos aos demais, non nos deixar levar polas faladurías que esterilizan a nosa espiritualidade, e non afastar a xente de nós, sendo persoas creativas que contemplan a Deus e serven a comunidade eclesial. Para ser creativos non hai outro camiño que a oración, di o Papa. “Un bispo que non reza, un sacerdote que non reza, pechou a porta da creatividade que ás veces leva á cruz, pero cando vén da oración, dá froito”. O home de Deus non se asusta. Máis alá dos ríos de palabras disonantes, moitas persoas santas rezan por nós, “para que non se apague o entusiasmo nin o lume do amor divino e nos entreguemos de todo a Cristo e á súa Igrexa, de xeito que sexamos para os demais compás, bálsamo, acicate e consolo” e poidamos ofrecer a forza liberadora de Cristo.
“Enraizados profundamente na verdade e na caridade de Cristo, e animados polo desexo e ou mandato de anunciar a tódolos homes a salvación”, non podemos ser bos pastores se non nos facemos “unha soa cousa con Cristo pola caridade”. Máis que á nosa pobreza miremos a riqueza de Cristo. Máis que catalogar ás nosas debilidades no noso servizo ministerial, cómpre deixarnos impregnar pola forza unificadora que xurde do Señor, que é fonte da nosa comuñón e da nosa vida, o segredo da sorprendente xuventude da Igrexa, decote debilitada polos nosos erros, sempre vigorizada e renovada polo seu inesgotable amor. Esteamos unidos no Cenáculo da Igrexa, en torno a María a nosa Nai, con Santiago e os demais Apóstolos, somerxidos na comuñón dos santos, para ser tamén nós signos seguros de referencia e de esperanza para todos. Con esta confianza serea e forte podemos renovar ás nosas promesas sacerdotais. A vós, benqueridos relixiosos e leigos pedímosvos que encomendedes ás nosas inquedanzas persoais e pastorais. Que a Virxe fiel, Nai da Misericordia, interceda por nós ante seu Fillo Xesús Cristo, sumo e eterno Sacerdote que tamén hoxe vai morrer e resucitar por nós e por todos os homes. Amén.
+ Julián Barrio Barrio
Arzobispo de Santiago de Compostela
0 comentarios por Monseñor Barrio asegura que los sacerdotes se hacen "voz de quien no tiene voz: los pequeños, los pobres, los ancianos, los oprimidos los marginados" (galería fotográfica)
Publicar un comentario