
Centro de toda su vida fue la Eucaristía, que celebraba y adoraba con devoción y respeto. Otra característica fundamental de esta extraordinaria figura sacerdotal fue el asiduo ministerio de las confesiones. San Juan María Vianney se distinguió por tanto como un óptimo e incansable confesor y maestro espiritual.
Su origen familiar humilde, pero rico de humanidad y de fe, le permitió poder alimentar su vocación sacerdotal a pesar de los obstáculos y dificultades que se le presentaron. Finalmente fue ordenado presbítero gracias a la ayuda de sabios sacerdotes que no se detuvieron en consideraciones humanas, sino que miraron más allá intuyendo el horizonte de santidad que se perfilaba en aquel joven verdaderamente excepcional. El 23 de junio de 1815 fue ordenado diácono y al año siguiente sacerdote.
El santo cura de Ars tuvo siempre en alta consideración este don recibido. Afirmaba: ¡Oh que gran cosa es el Sacerdocio!. Ya desde muy joven había confiado a su madre: “Si fuera sacerdote quisiera conquistar muchas almas”. Y así fue. En el servicio pastoral, tan sencillo como extraordinariamente fecundo, este anónimo párroco, de un pueblecito del sur de Francia, llegó a identificarse de tal manera con su propio ministerio hasta convertirse visible y universalmente reconocible, en la misma imagen del Buen Pastor.
Antes de finalizar su catequesis en italiano el Papa ha advertido que si en tiempos del santo Cura de Ars se vivía “la dictadura del racionalismo” hoy vivimos “la dictadura del relativismo”. El racionalismo fue inadecuado porque no tuvo en cuenta los límites humanos transformando la razón en Dios; el relativismo contemporáneo mortifica la razón porque sostiene que no se puede conocer nada más allá del campo científico positivo. El Papa ha pedido a los sacerdotes que, como el cura de Ars, cumplan el compromiso pastoral del sacerdote, que debe estar íntimamente unido con Cristo permaneciendo y alimentándose de Él continuamente.
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