La CARTA del PAPA, por Juan Manuel de Prada

Publicado por Silvia Rozas El 22 marzo 2010 0 comentarios
En la carta que acaba de dirigir a los católicos de Irlanda volvemos a confirmar lo que Benedicto XVI ya nos anticipaba, siendo todavía cardenal, en las meditaciones de aquel Vía Crucis de 2005 que presidió por enfermedad de su predecesor: en la Iglesia hay mucha suciedad; y tanta suciedad no se combate encubriéndola, sino impulsando un proceso de purificación interior que comienza por el reconocimiento de la verdad y la asunción de culpa. En este «camino de curación, renovación y reparación» que es una de las señas distintivas de su pontificado, Benedicto XVI dirige a los católicos irlandeses un documento conmovedor, lleno de un amor vulnerado que siente como propias las heridas infligidas a los niños y jóvenes víctimas de abusos.
Benedicto XVI traza en su carta un cuadro panorámico del catolicismo irlandés, intrépido y evangelizador, que alcanza su esplendor en el siglo XIX, cuando la Iglesia de Irlanda asume la escolarización de los pobres y envía miles de sacerdotes misioneros a todos los rincones del orbe. A continuación, constata Benedicto XVI un «cambio social» profundo -la secularización de las sociedades occidentales- que repercute adversamente en «la tradicional adhesión de las personas a las enseñanzas y valores católicos»; y, como consecuencia de tal cambio, un alejamiento de los propios sacerdotes y religiosos de «las prácticas sacramentales y devocionales que sustentan la fe y la hacen crecer». Tal alejamiento (que ha llevado a muchos sacerdotes a «adoptar formas de pensamiento y de juicio de la realidad secular sin referencia suficiente al Evangelio») es producto -Benedicto XVI bien lo sabe- del clima instaurado tras el Concilio Vaticano II; y se ha traducido en una pérdida del sentido de la santidad, que es vocación principalísima en cualquier católico. Cuando tal vocación falta, falta la sustancia de la fe, que como Benedicto XVI repite una y otra vez, es adhesión personal a Cristo. Faltando esa sustancia, el cometido de la Iglesia en la tierra se desentraña y desdibuja: todas las calamidades que, en las últimas décadas, la han afligido se resumen en esta pérdida de santidad, en esta adopción de formas de pensamiento secular sin anclaje en el Evangelio. Y cuando la sal se vuelve sosa, ¿quién puede salar el mundo?

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